Carta de Serrat a Montevideo
El miércoles 1º de octubre serán puestas a la venta las entradas para los
recitales que Joan Manuel Serrat ofrecerá en el Teatro de Verano los días 2
y 3 de diciembre. La empresa productora Música Nueva Uruguay anunció que se
podrán adquirir en todos los locales de Red Pagos y UTS.
Serrat. "Cuando te exiliaron nos juramos amor eterno".
Querido Montevideo: Ayer hablé por teléfono con Galeano y me contó que el
tiempo está muy inestable por ahí. El invierno empieza a mostrar su cara de
palo y los plátanos de sombra ya están arreglando sus cosas antes de echarse
a dormir.
Cuando nos vimos las caras por primera vez, Montevideo, verdeabas por los
cuatro puntos cardinales y las muchachas se desparramaban adormiladas en los
pastos del Parque Rodó, robándole el brillo al Sol del mediodía para
llevárselo puesto. Era noviembre de 1969. Aquel año fue el primero de mi
vida que tuvo dos primaveras.
Viajé desde Buenos Aires con Edmundo Rivero, el de las manos como capazos y
la voz de trueno; con él compartía cartel en el Parador del Cerro. Vine para
un par de días, con urgencias, como siempre, y, nada más llegar, después de
atender un par de periodistas tan convencidos como yo de lo efímero del
éxito, en especial el mío, salí del hotel con la intención de bajar al
puerto a cumplir con una antigua promesa: encontrar la sombra perdida del
Graf Spee.
De niños, el Tito y yo, conmovidos por el heroísmo de aquellos marineros,
rubios como la cerveza, que hacían de buenos en la película, nos
juramentamos, al salir del cine, que, en cuanto fuésemos mayores, iríamos a
Montevideo a echarles una mano a aquellos desventurados tipos, aunque fuesen
alemanes; así que aprovechando la ocasión, aun a sabiendas de que era
demasiado tarde para hacer nada por ellos, eché a andar con moderado
entusiasmo al encuentro de mis fantasmas infantiles. De cualquier modo,
aunque no sacase nada en claro del Graf Spee, siempre me quedaba el Tito
quien, en nuestra anual conversación en el bar Juanito, escucharía generoso
el relato ampliado y aderezado de este rescate de recuerdos. Pero tú querías
llamar mi atención con otras cosas, Montevideo.
Querías que te viera, que me fijara en ti, que me dejara de pavadas de Graf
Speeses y marineritos heroicos y que me enredase en tus redes. Por eso
abriste para mí la cajita de los asombros y, justo al salir del hotel,
aprovechando mi torpeza habitual, me hiciste pisar una bosta de caballo en
la puerta del Hotel Victoria Plaza, antes de Moon. Yo, que había salido a
buscar perfumes de niñez me di de morros con ella. Qué admirable y qué
insólito se veía en el asfalto aquel trofeo verde y oro. No por el hecho en
sí, claro, no por el lugar elegido por el animal para cagar, sino porque aún
rondas en caballos por el centro. Aquella bosta le dio una vuelta de tuerca
al destino. Me devolvió a los cuarteles de invierno de los años idos.
Encendió mi curiosidad empujándome a buscar debajo de tu vestido. Me
llamaste y yo atendí y me dejé llevar.
Olvidé el asunto del Graf Spee y a Tito. Olvidé el programa previsto.
Incluso olvidé una visita concertada al Estadio Centenario por cuyas
tripas, si uno le pone atención, al atardecer, se escucha el tintineo
metálico de los tacos y caminé a donde quisieron llevarme mis zapatos. Como
un gurí por la murga, me dejé llevar por calles engalanadas de forchelas;
calles en las que aún estaba caliente el recuerdo de Xirgú y donde los
diarios voceaban nombres desconocidos que iban a tardar poco en serme
cotidianos; calles que aguardaban todo el año la vuelta del Carnaval,
agotadas sus existencias de longanizas para atar perros; veredas por las que
los hinchas de Nacional caminaban agrandados con títulos libertadores e
intercontinentales bajo el brazo como quien se exhibe con el termo para
cocer el mate de la gloria.
El termo. ¿Quién dijo el termo...? El termo y el hombre. El termo y la
cancha. El termo y Dios. Qué insólito espectáculo, querida, para unos ojos
profanos, contemplar a unos ciudadanos comunes, en su mayoría tipos
respetables, yendo y viniendo de sus quehaceres cotidianos con ese artefacto
que uno cree reservado a situaciones de emergencia, con la mayor de las
naturalidades, enganchados a él como un yonki a la heroína. Aun reconociendo
el aporte tecnológico que el termo representa para la cultura de la yerba,
no deja de ser chocante para unos ojos profanos, repito.
Aquél día, caminé tus calles como nunca he vuelto a caminarlas mientras tú,
Montevideo, hacías todo lo posible por deslumbrarme. Unas veces de frente y
otras por sorpresa. Me llevaste a comer achuras al Mercado del Puerto, nos
tumbamos en la tarde de Pocitos y juntos amanecimos en el Cerro. Me trajiste
a Alfredo y a Daniel y al loco del Sabalero y a la dulce Vera y yo te llevé
conmigo al Este, a comernos las noches con Nana, con Manolo, con la
Camerata. Me gustaste desde el primer momento, Montevideo, pero fue más
tarde cuando me enamoré de ti. Fue cuando te exiliaron y te viniste a mi
casa con lo puesto. Ahí, mirada triste, sueños torcidos, carnes torturadas;
ahí te conocí, Montevideo; ahí te sentí como algo mío, y ahí nos juramos
amor eterno.(La República)
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