Milagro en Montevideo, paren de sufrir
* En una nota, que aparece en la ficha técnica del filme, Alvaro Buela confiesa su preocupación por indagar --a través de Alma Mater-- si, en realidad, "queda algo sagrado en esta época signada por la ley de mercado, por la globalización, por la banalización de la cultura."
• GUSTAVO IRIBARNE
El guionista y cineasta también se pregunta: "¿existe algún refugio para desarrollar un sentimiento místico que no esté impregnado de ideologías e intereses espurios? ¿Queda, aún, lugar para la inocencia? Y, de ser así, ¿qué garantías tiene de no ser confundida con la locura?".
Estas reflexiones, que lo llevan a replantearse algunos valores del nuevo milenio, justifican -a juicio del realizador "una puesta en escena que se desmarque radicalmente de toda visión institucional del arte, en general, y del cine, en particular, y también de un tratamiento adocenado y trivial de las imágenes". La posición, que fusiona el componente conceptual con un planteo estético, puede resultar tan legítima como pretenciosa aunque, quizás, no debería considerarse excluyente de otras posibilidades narrativas que pueden tener lo suyo sin caer en los esquematismos que Buela critica.
En este sentido, el realizador de Una forma de bailar pretende "una puesta en escena que elabore la tensión del tiempo en cada plano, que asuma su contenido simbólico sin subrayados ni estereotipos, que recree Montevideo desde una perspectiva no naturalista, que exhiba su condición artesanal desde una planificación rigurosa y argumentada de cada plano". Para justificar su planteo recuerda algunos referentes (Bresson, Dreyer, Rossellini) que "supieron crear relatos descarnados y, a la vez, epifánicos, y cargar de misticismo un paisaje desolado o una humanidad en crisis", mientras que otros (Polanski, Mike Leigh, Lars Von Trier) abordaron situaciones límite "sin recurrir a estrategias formales de género" o que violaran "la verosimilitud del relato". Este cronista no sería sincero si dejara de confesar que esta explicación también le impresiona como una argumentación explicativa (¿defensiva?) frente a un proyecto cinematográfico, aparentemente riesgoso, (que Buela sintetiza como la adaptación, "al Uruguay de hoy, de una historia de inspiración bíblica desarrollada como fábula urbana") y posiblemente hermético en su lectura integral.
En términos prosaicos podría señalarse que una película se sostiene por sí misma (o no se sostiene) y punto. Las intenciones, influencias, admiraciones personales y/o modelos referentes pueden justificarse a modo de homenaje o guiñadas cómplice siempre y cuando resulten pertinentes en la caligrafía fílmica de la obra en cuestión. Pretender justificar a priori una puesta en escena bajo ciertas argumentaciones críticas parecen desplazar la función del director al rol del cronista cinematográfico en una situación inoportuna. La función del cineasta es promover una mirada a través de las imágenes y no en un discurso de corte ensayístico que, incluso, llega a afirmar que Alma Mater "desafía el concepto civilizado y positivista que tiene de sí mismo el Uruguay, país oficialmente laico cuya "cultura media" se niega a aceptar la creciente religiosidad popular". En primer lugar habría que preguntarse si, realmente, la percepción colectiva del fenómeno es tan así (o todo lo contrario) pero quizás nos estaríamos olvidando, nuevamente, de la premisa donde se recuerda que la película se cuenta en la pantalla. (Algo que el autor promueve teóricamente al señalar que "la actitud apropiada que puedo tener como autor, el gesto más noble que encuentro, es dejar que la historia se cuente a sí misma y buscar la mejor forma de guiarla a que se convierta en imagen", aunque antes -quizás inconscientemente- pareciera intentar "explicarla" desde varios ángulos de su abordaje).
El impulso
Alma mater es una locución latina que literalmente significa "madre nutricia, que alimenta". Esta era la denominación que daban los romanos a la diosa de la agricultura Ceres y a Venus y, hoy por hoy, se emplea metafóricamente como una fuente de vitalidad, algo que impulsa o anima. (El alma mater es - por ejemplo - la madre bondadosa que se preocupa porque sus hijos tengan lo mejor y les vaya bien en la vida).
En este caso, el impulso místico lo experimenta Pamela, una mujer (virgen, de treinta y cuatro años y con un probable intento de suicidio, para más datos) que trabaja como cajera en un supermercado y frecuenta un templo dirigido por un pastor brasileño. En resumen, un personaje insignificante e introvertido que cierta noche - al salir de la "Iglesia de las heridas de Cristo" - parece recibir la iluminación divina (¿o es un auto que dobla la esquina y la luz del foco le da de lleno en el rostro?) comenzando un particular proceso de transformación espiritual.
A partir de aquí, el filme se juega al clima onírico de posibles alucinaciones psicóticas (un siniestro ángel de la guarda, voces que atestiguan el llamado de dios, etcétera) que, sin embargo, no se resuelven definitivamente y establecen una ambigua posibilidad misticista. Por este lado, las explicaciones de Buela encajan con esa búsqueda cinematográfica de generar atmósferas inquietantes sin quebrar radicalmente con los límites de la cotidianidad (en este sentido, Lynch también podría haber integrado la lista anteriormente mencionada) donde el diseño cromático del filme apoya esa intencionalidad de manera muy marcada. Cabe señalar, por cierto, que no solo la fotografía es un componente muy cuidado del filme; tanto en la selección de los diálogos (donde se filtran pistas que pueden replantear el tema de las alucinaciones) hasta en la rigurosa elaboración de los personajes (Doña Lucía, Katia, entre otros), Alma Mater da cuenta de una preocupación intelectual que tuvo sus buenas dosis de autocrítica. El resultado, a pesar de todo, puede resultar incompleto tomando en cuenta las amplias posibilidades que el relato prometía en su conjunto. Sin dejar de lado la excelente caracterización de Roxana Blanco (un seguro premio a mejor actriz en más de un festival cinematográfico) o la del propio Werner Schünemann en su personificación como pastor religioso, el largometraje impresiona como algo acelerado en los últimos tramos donde ese impulso divino se afianza y contagia al espacio vital de la protagonista (un microuniverso travestido), convirtiéndola en una suerte de sacerdotisa cuasi pagana. A lo mejor faltó mayor aliento (o alguna pieza significante de alto impacto) a la hora de redondear el filme; un abordaje que profundizara la peripecia de esta mujer (que también puede leerse como una extraña historia de amor) en un mundo brutal que, a pesar de dicho calificativo, todavía puede dejarse encandilar por la inocencia. Es una película que va a dar que hablar, sin lugar a dudas. *
Alma Mater. (Uruguay; 2005). Escrita y dirigida por Alvaro Buela. Dirección de Producción: José Pedro Charlo. Dirección de Fotografía: Daniel Rodríguez Maseda. Dirección de Arte: Paula Villalba. Sonido: Daniel Márquez. Música: Sylvia Meyer. Producción Ejecutiva: Daniela Cardarello y José Pedro Charlo. Con Roxana Blanco, Nicolás Becerra, Walter Reyno, Beatriz Massons, Werner Schünemann y Humberto de Vargas.
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1 comentario:
Recién he visto la película (enero 2009). Comparto el tono de esta nota. La realización es tan soberbia y cautivante que pensé que yo no había comprendido la historia: en ese punto es que la peli no se explica a sí misma, en la historia narrada y en la transformación de Pamela.
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